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Hipocresía frente al IFE

Cínicos 
Aurelio Ramos Méndez 
En 1978, Felipe Calderón era apenas un muchacho de 16 años, aunque quizá “bastante maduro”, tal como del veinteañero IFE refiere la festiva propaganda que el ahora Presidente de la República parafraseó al clausurar el miércoles pasado el foro Democracia Latinoamericana. Por lo mismo, de seguro recuerda la advertencia —premonitoria a la luz de la realidad—, según la cual “lo peor que le puede pasar a México es convertirse en un país de cínicos”.

Con aquella frase pronunciada en su segundo informe de labores José López Portillo se granjeó la animosidad de sus opositores, sobre todo del PAN, quienes cegados por el maniqueísmo lo desollaron a punta de recriminaciones, con la creencia de ver en él al burro hablando de orejas. Treinta y dos años después, sin embargo, la advertencia va camino de cumplirse.

El Jefe del Estado se apersonó virtualmente de manera inopinada en aquel foro celebrado en el Palacio de Minería. Dos días antes había cancelado su programada asistencia a la apertura, la cual concretó luego, fuera de agenda, en la clausura. ¿Sería la causa de la cancelación inicial la previsión del riesgo de quedarse atrapado a lo Rafael Correa, en un día que los miembros del SME estrangularon el centro de la capital en la protesta del primer aniversario de la extinción de Luz y Fuerza? ¿Sería el prurito de evitar encontrarse con consejeros electorales que apenas en julio lo acusaron de violar la Constitución y el Cofipe? Es un enigma.

Cualquiera que haya sido la causa de la vacilación entre acudir o no al foro organizado por el IFE, el Jefe de la Nación no escatimó elogios para este instituto, al cual consideró “uno de los grandes activos de la vida institucional de México”.

No fue avaro Calderón en reconocimientos al órgano electoral como instancia esencial para la democracia, e incluso estableció un paralelismo entre su vida política personal y las vicisitudes del cumpleañero instituto. Al escucharle uno podría pensar que, en efecto, se hallaba ante un político respetuoso de los principios fundamentales del IFE, sobre todo la legalidad, la equidad y la imparcialidad. Los hechos dicen otra cosa.

El Jefe del Ejecutivo recordó las intensas negociaciones de los líderes partidistas —él entre otros— con el secretario de Gobernación, Emilio Chuayfett Chemor, en 1994, mediante las cuales —dijo— se logró compaginar el nombramiento de consejeros ciudadanos, la independencia del IFE y la salida del gobierno de este Instituto. Nada dijo, sin embargo, de la manera cómo los partidos, destacadamente el PAN, se las han ingeniado para hacer nugatorias las sucesivas, interminables reformas electorales.

La ciudadanización del IFE, por ejemplo, llegó a adquirir ribetes de mala broma cuando en la herradura de su Consejo General ocupaba muy orondo un lugar el dizque consejero ciudadano, teóricamente ajeno a cualquier partido, Juan Molinar Horcasitas. El mismo cuya camioneta —lo documentaron medios de comunicación— exhibía una vistosa calcomanía con las siglas del PAN, desafiando con cinismo, ya desde entonces, la legalidad. Un Molinar —también debe decirse— que no recibió ni siquiera una tibia recriminación por parte de sus colegas, Alonso Lujambio y José Woldenberg, entre otros.

El Presidente planteó la necesidad de expedir una ley reglamentaria del artículo 134 de la Constitución, con la finalidad de precisar en qué consiste la prohibición a candidatos y partidos de comprar espacios en medios escritos y electrónicos de comunicación, con miras a evitar formas subrepticias de propaganda. Sería cosa de haberlo visto, mas no es descabellado suponer que un hilillo de sangre escurrió por la comisura de los labios del huésped de Los Pinos.

“Es decir, las figuras no sólo de spots tradicionales, sino de los que se llaman paquetes integrados o publicidades disfrazadas, eso sigue siendo un desafío que no hemos resuelto, y que sería mejor resolverlo antes de las elecciones que vienen”, dijo Calderón. Y abogó por un esquema “sano y racional” de publicidad de modo que el ciudadano “no sólo simpatice con el spot más bonito o con la actriz más guapa que sale defendiendo, o el actor, defendiendo a un partido político, sino verdaderamente diga si ese partido tiene sensatez en lo que propone, o no”.

¡Parece mentira que semejantes expresiones hayan sido pronunciadas por el gobernante cuya campaña electoral se caracterizó por el uso y abuso de los paquetes integrados de publicidad disfrazada, especialmente en televisión, y cuya imagen fue promovida de manera subrepticia no sólo en noticiarios sino además en telenovelas, programas de entretenimiento, cómicos, musicales, de concursos, y hasta en la publicidad comercial!

En el colmo del descaro, como si se tratara de una propensión irrefrenable, un auténtico vicio, Calderón le administró a su audiencia —de manera subrepticia, naturalmente— considerable dosis de proselitismo panista. O, si se prefiere, activismo antipriista, en particular contra Enrique Peña Nieto. Se explayó en el riesgo de la regresión política y económica, e instó a comprender que hay pasado y hay futuro, y que el primero —¡Uy nanita!— “en términos políticos es autoritarismo, autocracia, incluso represión, manipulación”.

El michoacano que como secretario de Energía uso su puesto y los dineros públicos para propulsarse a la candidatura presidencial, por lo cual mereció una reprimenda de su jefe, Vicente Fox; el político que premió luego con la secretaría de Gobernación a su principal promotor Francisco Ramírez Acuña, se hizo lenguas asimismo —con ostensible jiribilla— en la necesaria equidad en la competencia electoral.

Se requiere —dijo— vigilancia en las campañas y transparencia en el uso de los recursos públicos. No necesitó mirar hacia el Estado de México para señalar al destinatario de su alocución, si se considera que con la reglamentación del artículo 134 referido busca incorporar sanciones a funcionarios que puedan aprovechar sus cargos y el erario público para construir sus candidaturas.

Así, sin rubor ni recato, Calderón concurrió al foro del IFE para dar un discurso en el cual disfrazó con grandilocuencia su campaña contra el PRI y Peña Nieto, y exaltó con hipocresía la historia del instituto, pero cubrió con un velo de amnesia el torpedeo de su partido a este órgano que, dijo no obstante, “tanto ha ayudado a la democracia en México”.

Un discurso que no contuvo ni una palabra sobre la furiosa reacción que al Jefe del Estado le produjo el haber sido señalado como violador de la Carta Magna y el Cofipe, en una resolución del IFE que combatió con denuedo pero sin éxito Roberto Gil Zuarth.

¡Decencia, caramba!

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