La crisis de seguridad y justicia es estructural, no coyuntural
Fuente: CIDAC
Autor: CIDAC
Autor: CIDAC
El
resurgimiento de la inseguridad como tema fundamental en la agenda
mediática nacional, el inicio de la temporada electoral rumbo a los
comicios de junio de 2015, la paralítica situación económica, las
movilizaciones sociales por el caso Ayotzinapa, la prevalencia del
conflicto en Guerrero, han enrarecido el ambiente social y político en
México. Para la administración del presidente Enrique Peña, este golpe
de realidad llega en un pésimo momento. Si bien el entusiasmo
gubernamental por la consecución de las llamadas reformas estructurales
nunca fue del todo compartido por la mayoría de la población, el entorno
actual ha exacerbado un clima de repudio y reproches al gobierno
federal, el cual ha opacado el triunfalismo oficial de hace apenas unas
cuantas semanas. De esta manera, Peña encara el reto más complicado de
sus primeros veinticuatro meses de gestión, sobre todo al hablar de un
gobierno que privilegió tanto la imagen y la comunicación como pilares
de su éxito. ¿Cómo ha respondido la autoridad federal hasta ahora ante
esta contingencia?
Como
respuesta al asunto de los desaparecidos de Ayotzinapa y a los hechos
violentos de Iguala, las autoridades federales han emprendido dos vías.
La primera consiste en el despliegue de las capacidades de las
instituciones de seguridad y procuración de justicia para localizar a
los estudiantes y a las autoridades municipales señaladas como
responsables. Esto implica la clásica reacción de enfocar las energías
en apagar un incendio coyuntural, sin necesariamente contar con una
estrategia para atender los problemas estructurales de la violencia, el
abuso de poder, la corrupción, la ingobernabilidad y demás vicios detrás
de la crisis en Guerrero. Ni la reciente detención de la denominada
“pareja imperial de Iguala” –el ex alcalde José Luis Abarca y su esposa
María de los Ángeles Pineda—, ni el eventual descubrimiento del paradero
de los normalistas extraviados, deberían ser suficientes para acallar
los reclamos por un verdadero revulsivo en la manera en que el sistema
político opera en el país.
La
segunda respuesta se dio en forma de un llamado a las fuerzas políticas
y a las organizaciones de la sociedad para emprender los cambios que
impidan que se repitan casos de agresión similares. Es válido, e incluso
es deseable, que de una coyuntura se generen cambios, pero éstos no
deben ser igualmente coyunturales para salir del paso, sino
estructurales. Sin tener una etiqueta oficial aún y sin conocer siquiera
cuándo y en qué términos se concretará, el supuesto pacto convocado por
el presidente Peña el 3 de noviembre, difícilmente va a generar cambios
profundos si se repite el patrón reactivo y no proactivo de anteriores
“acuerdos nacionales”. Por el contrario, el riesgo de caer en la
replicación de patrones fallidos del pasado, podría degenerar en un
instrumento para diluir responsabilidades y compartir el costo del
fracaso de las acciones de las autoridades.
La
consolidación del estado de derecho no puede hacerse por decreto, ya
que no es algo etéreo que se acuerda, sino una serie de garantías y
procedimientos construidos, preservados y fortalecidos por medio de
instituciones bien diseñadas y dotadas de operadores –ministerios
públicos, jueces, policías— capaces y responsables. En este sentido,
México cuenta desde 2008 con una reforma constitucional encaminada a
fortalecer el estado de derecho y que mandata a implementar un sistema
de procuración e impartición de justicia penal eficiente, confiable y
transparente antes del 8 de junio de 2016. Sin embargo, a pesar de que
se han invertido importantes recursos humanos y financieros en esta
reforma, no se percibe como una política pública prioritaria para el
Ejecutivo federal, y es inminente el riesgo de terminar con viejas
prácticas con nuevos nombres.
Para
fortalecer el sistema de justicia mexicano no son suficientes los
acuerdos y las declaraciones de intención, sino la creación de
condiciones dentro de las instituciones de seguridad y justicia. No debe
confundirse la retórica política con la voluntad política. Esta última
es la que urge. Por su parte, la ciudadanía que se siente indignada y
desalentada por las circunstancias del país, debe asumir un compromiso
permanente con el Estado de derecho y no sólo exigir instituciones que
honren plenamente las garantías individuales como regla y sin excepción,
sino también respetarlas en consecuencia. De otro modo, el círculo
vicioso de la corrupción nunca se romperá.
Comentarios
Publicar un comentario