Las estrategias partidistas respecto al caso del gobernador de Guerrero.
Fuente: CIDAC
Autor: CIDAC.
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La
crisis de inseguridad en Guerrero ha denotado el mal funcionamiento del
gobierno local, y motivado la discusión sobre la posibilidad no sólo de
la salida del gobernador Ángel Aguirre, sino de la activación del
recurso senatorial de la desaparición de poderes. Esta facultad
consagrada en la fracción V del artículo 76 de la Constitución, y cuya
última aplicación de jure se dio en Hidalgo en 1975, prescribiría tanto
la destitución del mandatario local, como la de los magistrados del
Tribunal Superior de Justicia de la entidad, y la disolución del
Legislativo estatal. En este momento, la solicitud de desaparición de
poderes en Guerrero que presentó el grupo parlamentario del PAN en el
Senado el pasado 15 de octubre, se encuentra pospuesta de trámite en la
Comisión de Gobernación de dicha cámara legislativa federal. Dado lo
delicado del tema, todos los actores políticos involucrados han asumido
una actitud de cautela. Sin duda, es pertinente analizar con cuidado
cuáles serían las implicaciones de tomar una decisión en tal o cual
sentido para el caso de la crisis de Guerrero –aunque dentro de las
opciones aún se encuentre no tomar ninguna. La única certeza es la
salida del gobernador; la pregunta es cómo.
La aversión al costo político natural en todo
funcionario público en el mundo, suele adquirir niveles extremos en
México. De cara a una crisis, los actores políticos tienden a mantenerse
expectantes y no decidir, al utilizar el clásico eufemismo del
“posicionamiento”. Detrás de ello, en este caso por parte del
gobernador, yace la búsqueda de un “paracaídas” que los proteja de los
“pasivos” políticos, fiscales y económicos en que hubiesen incurrido.
Para los políticos en la barrera, el recurso del “posicionamiento” es
muy cómodo de usar desde la parte trasera de la trinchera, es decir,
desde la oposición. Así puede leerse la lógica de Acción Nacional al
intentar activar la desaparición de poderes en Guerrero. Con ello, los
panistas buscan cierta aprobación popular –tal vez no necesariamente en
la entidad aludida—y atención mediática, en paralelo que señala la
responsabilidad del PRI (gobierno federal) y el PRD (gobierno estatal)
respecto a la crisis de inseguridad en el estado.
El PRD está en una encrucijada donde titubea
entre respaldar al gobernador que llegó a su cargo bajo su signo
político, o sumarse a las presiones para solicitar su salida. Los
perredistas se oponen a la desaparición de poderes, pero están divididos
respecto a cómo lidiar con la figura de Ángel Aguirre. Su objetivo
fundamental es, desde luego, no perder el estado en las elecciones de
2015. Sin embargo, lo que decida hacer el PRD en el caso de Guerrero
podría afectar no sólo su futuro en la entidad, sino su imagen a nivel
nacional, sobre todo entre sus electores en el Distrito Federal. Su peor
escenario podría acabar siendo que su insigne candidato a la
gubernatura acabe siendo candidato por parte del PRI.
En cuanto al PRI, la renuencia a aplicar la
desaparición de poderes, incluso contra un mandatario local perredista,
también tiene su lógica propia. Los costos políticos de secundar al PAN
en ello podrían ser peores tanto para los priistas, como para el mismo
presidente Peña. La Ley Reglamentaria de la Fracción V del Artículo 76
de la Constitución indica un breve aunque tedioso proceso para designar
un gobernador provisional en el evento de una desaparición de poderes.
Entre los trámites a seguir estaría la obligación del Presidente de la
República de presentar una terna de candidatos al Senado para que de ahí
se votara por un gobernador provisional que, según estén los plazos,
convoque a unos comicios extraordinarios o, llanamente, concluya el
periodo de alrededor de un año que le resta al actual mandatario. En
cambio, si se ejerce presión para que de motu proprio Ángel Aguirre
renuncie, la responsabilidad de nombrar a su sustituto recaería en el
Congreso de Guerrero. La otra opción sería dejar que las cosas sigan su
marcha, Ángel Aguirre permanezca en Chilpancingo (o en Acapulco, depende
dónde opte por despachar) como si nada hubiera sucedido, y se celebren
los comicios estatales como está previsto, el 7 de junio de 2015.
En todo esto es imposible no recordar que
Aguirre es uno de esos políticos “tránsfugas”, priista de cepa que acabó
gobernando (es un decir) bajo el signo perredista. Además, amigo
cercanísimo del presidente de la República, disfruta el apoyo de la casa
presidencial pero también el reclamo al menos implícito de ser causa de
problemas para su amigo. Para el presidente la disyuntiva es cómo
salvar a su propio gobierno y, a la vez, evitar la profundización de la
crisis en el propio Guerrero: no una fácil combinación.
Una alternativa socorrida durante el régimen
autoritario fue la desaparición de facto del poder del titular del
Ejecutivo local, un redituable “Plan B” para el gobierno federal. Esto
consistía en solicitarle alguna encomienda especial al gobernador en
turno –una representación diplomática, por ejemplo—o, simplemente,
invitarlo a dejar su cargo. Curiosamente, desde la reglamentación de la
fracción V del 76 constitucional en 1978, la desaparición de poderes de
jure jamás ha sido activada, pero la del poder de facto sí. No obstante,
ninguna de las dos modalidades se ocupó en tiempos de las presidencias
panistas, tal vez porque no sería del todo bien vista en un presunto
contexto democrático. No se ve difícil que el presidente Peña decida
conminar a algún gobernador a dimitir, aunque ya en Michoacán haya
aplicado la innovadora –y metaconstitucional—fórmula de un comisionado
especial. Los días están contados.
Al final del día –y esto es lo relevante-, la
desaparición de poderes o la remoción de un gobernador no son actos que
por sí mismos desaparezcan la problemática de inseguridad en una región.
Si la estructura política está podrida, quitar una cabeza no le quitará
vida al cuerpo (justo como suele suceder cuando se habla del crimen
organizado). La realidad es que se están agotando las opciones y la
imaginación de las autoridades para atender (ya no se diga resolver) las
crisis en Guerrero, Michoacán y otros estados en vilo.
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